miércoles, mayo 28, 2008

Responso para los poetas muertos del Perú

Acababa de tomar mi lugar de siempre en una cafetería de la Plaza Mayor de Salamanca, cuando leí en la pantalla de mi portátil la noticia de la muerte de Alejandro Romualdo. Según daba cuenta la nota, cuando lo encontraron el poeta del pueblo llevaba tres días muerto en circunstancias aún no aclaradas. Una pena más para la poesía peruana, que en los últimos años lleva varios muertos a cuesta. Haciendo cuentas, desde que yo empecé a trajinar por estos pagos, a inicios de los años noventa, he tenido noticia de la muerte de más de una veintena en los distintos puntos del país. Algunos murieron en el más absoluto abandono –enfermos, viejos o pobres-, otros bajo las estúpidas ruedas de un coche o el suicidio. Hubo de todo en estos duros años para la poesía en el Perú. Pensando en esto, decidí, con cigarrillo al ristre y café en la mesa, hacer un alto en mis lecturas y dedicar la mañana a recordarlos. Va para ellos el responso que Rubén Darío escribió para Paul Verlaine.



Padre y maestro mágico, liróforo celeste
que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
diste tu acento encantador;
¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste
hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
¡al son del sistro y del tambor!

Que tu sepulcro cubra de flores Primavera,
que se humedezca el áspero hocico de la fiera
de amor si pasa por allí;
que el fúnebre recinto visite Pan bicorne;
que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne
y de claveles de rubí.

Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo,
ahuyenten la negrura del pájaro protervo
el dulce canto de cristal
que Filomela vierta sobre tus tristes huesos,
o la armonía dulce de risas y de besos
de culto oculto y florestal.

Que púberes canéforas te ofrenden el acanto,
que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
sino rocío, vino, miel:
que el pámpano allí brote, las flores de Citeres,
¡y que se escuchen vagos suspiros de mujeres
bajo un simbólico laurel!

Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,
en amorosos días, como en Virgilio, ensaya,
tu nombre ponga en la canción;
y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche
con ansias y temores entre las linfas luche,
llena de miedo y de pasión.

De noche, en la montaña, en la negra montaña
de las Visiones, pase gigante sombra extraña,
sombra de un Sátiro espectral;
que ella al centauro adusto con su grandeza asuste;
de una extrahumana flauta la melodía ajuste
a la armonía sideral.

Y huya el tropel equino por la montaña vasta;
tu rostro de ultratumba bañe la Luna casta
de compasiva y blanca luz;
y el Sátiro contemple sobre un lejano monte
una cruz que se eleve cubriendo el horizonte
¡y un resplandor sobre la cruz!

[Responso a Verlaine, de Rubén Darío]


LOS POETAS MUERTOS DEL PERÚ (1990-2008)

Alejandro Romualdo Valle.
Nació en Trujillo el 19 de diciembre 1926. La noche del 27 de mayo de 2008 fue hallado sin vida en su vivienda del distrito limeño de San Isidro.





Juan Ramírez Ruiz.
Nació en Chiclayo en 1946. Durante meses se le dio por desaparecido, hasta que se descubrió que murió arrollado por un bus interprovicial en el norte del Perú, un 19 de enero del 2007.




José Watanabe Varas.
Nació en Laredo, un pequeño pueblo al este de Trujillo, el 17 de marzo de 1945. Murió, luego de una larga y penosa enfermedad, en la ciudad de Lima el 25 de abril de 2007.



Jaime Pablo Guevara Miraval.
Nació el 23 de mayo de 1930. Murió de una penosa enfermedad el 2 de noviembre del 2006.




Jorge Eduardo Eielson.

Nació en Lima, el 13 de abril de 1924. Murió en Milán el 8 de marzo del 2006.




Francisco Bendezú.
Nació en Lima, en 1928. Murió en la misma ciudad el 16 de febrero del 2004.







Javier Sologuren Moreno.

Nació en El Callao, (Perú) el 19 de enero de 1921 . Murió en Lima el 21 de mayo del 2004.




Washington Delgado Tresierra.
Nació en el Cuzco, Perú, el 23 de diciembre de 1927. Murió en Lima el 7 de setiembre del 2003.



Emilio Adolfo Westphalen Milano.
Nació en Lima, el 15 de julio de 1911. Murió enla misma ciudad el 17 de agosto del 2001.



Josemári Recalde Rojas.
Nació en Lima en 1973. Murió trágicamente -se quemó a lo bonzo en su casa- en la misma ciudad el 21 de diciembre del 2000.






Francisco Eduardo Carrillo Espejo.

Nació en el centro de Lima, el 18 de Marzo de 1925. Murió en un accidente automovilístico 13 de octubre de 1999 en la ciudad de Huancayo, Perú.




Juan Vega Moreno.
Nació en Lima el año de 1965. Murió atropellado por un auto en la avenida Wilson en Lima, el año de 1996. En la foto es el segundo de la izquierda en la fila superior.




Carlos Oliva Valenzuela.
Nació en Lima el año de 1960. Murió atropellado por un vehículo de transporte público en la misma ciudad en 1994.

miércoles, mayo 21, 2008

Verástegui y Bolaño: origen de una enemistad bajo el agua


Cuando a Roberto Bolaño no se le conocía ni en pelea de perros en Madrid, y sólo era un emigrante “pobre como una rata”, como escribió Javier Cercas (“El llanto del guerrero”, El País Semanal, 21 de setiembre del 2003), el poeta peruano Enrique Verástegui ya lo consideraba el mejor narrador latinoamericano. Me lo dijo a comienzos de los años noventa, uno de esos veranos en que solía visitarlo en su casa de Cañete, huyendo del calor pegajoso de Lima. Una vez, mientras íbamos por la tercera o cuarta botella de vino de la noche, me contó que conoció a Bolaño en Barcelona en los años setenta, cuando éste era un desempleado sudaka chileno, seudo poeta, que vagaba por los cafetines de La Rambla y el Barrio Gótico, y Enrique era un flamante becario de la Fundación Solomon R. Guggenheim, autor de un poemario celebrado por unanimidad en Perú, México y varios países latinoamericanos –En los extramuros del mundo. Según entendí, la amistad duró todo el tiempo que Verástegui estuvo en esa ciudad y se prolongó varios años a través de cartas. Pero hacia finales del noventa, poco después de que saliera a la venta Detectives salvajes, me reuní con Verástegui en una cebichería de La Molina, y me dijo que Bolaño ya no era su amigo. ¿Qué pasó? ¿Por qué Enrique dejaba de hablarme de Bolaño justo en el momento en que éste comenzaba a abrirse paso –cual exitoso cazador de búfalos- en el mercado editorial español? Misterio. Poco después, leí en uno de los capítulos de la segunda parte de Detectives salvaje la historia –apogeo y caída- de un anónimo poeta peruano, cuya vida guarda más de una semejanza con la de Verástegui. Desde aquella vez muchos de los que han leído la infame historia –cubierta bajo el engañoso manto de la ficción-, piensan que merecería una respuesta “a lo Bolaño”, es decir de tal contundencia que –cual torpedo lanzado desde el monitor Huáscar a la corbeta Esmeralda- haga remecer en su tumba al buhonero hippie, socarrón y malhablado escritor chileno. Pero claro, Verástegui es peruano y, como era de esperarse, –cual Miguel Grau rescatando a los sobrevivientes chilenos de la Esmeralda- ha optado por un elegante silencio. Va aquí el origen de este conflicto bajo el agua.


[...] El peruano obtuvo una beca y se marchó de Lima. Durante un tiempo recorrió Latinoamérica, pero no tardó mucho en embarcarse con destino a Barcelona y luego a París. Arturo, según creo, lo conoció en México pero su amistad con él se cimentó en Barcelona. Por aquella época todo parecía indicar que su carrera literaria sería meteórica, sin embargo, vaya uno a saber por qué, los editores y los escritores españoles no se interesaron, salvo contadas excepciones, por su obra. Después se marchó a París y allí entró en contacto con estudiantes peruanos, maoístas. Según Arturo, el peruano había sido maoísta, un maoísta lúdico e irresponsable, un maoísta de salón, pero en París, de una manera u otra, lo convencieron, digamos, de que él era la reencarnación de Mariátegui, el martillo o el yunque; no podría precisarlo, con el cual iban a destrozar a los tigres de papel que campeaban a sus anchas en Latinoamérica. ¿Por qué Belano creía que su amigo peruano jugaba? Bueno, no le faltaban motivos: un día podía escribir páginas horribles y panfletarias y al día siguiente un ensayo cuasi ilegible sobre Octavio Paz en donde todo era zalamerías y alabanzas al poeta mexicano. Para ser maoísta, aquello no era muy serio. No era consecuente. En realidad, como ensayista el peruano resultó siempre un desastre, ya fuera en el papel de portavoz de los campesinos desheredados o en el de adalid de la poesía paciana. Como poeta, en cambio, seguía siendo bueno, en ocasiones incluso, muy bueno, arriesgado, innovador. Un día, el peruano decidió regresar al Perú. Tal vez creyó llegado el momento de que el nuevo Mariátegui retornará al suelo patrio, tal vez solo quiso aprovechar los últimos ahorros de su beca para vivir en un lugar más barato y trabajar en sus nuevas obras con tranquilidad y tesón. Pero tuvo mala suerte. No bien puso un pie en el aeropuerto de Lima cuando Sendero Luminoso, como si lo hubiera estado esperando, se levantó como un desafío tangible, como una fuerza que amenazaba extenderse por todo el Perú. Evidentemente, el peruano no pudo retirarse a escribir a un pueblito de la sierra. A partir de allí todo le fue mal. Desapareció la joven promesa de las letras nacionales y apareció un tipo cada vez con más miedo, cada vez más enloquecido, un tipo que sufría al pensar que había cambiado Barcelona y París por Lima, en donde los que no despreciaban su poesía lo odiaban a muerte por revisionista o perro traidor y en donde, a los ojos de la policía, había sido, a su manera, es cierto, uno de los ideólogos de la guerrilla militarista. Es decir, de golpe y porrazo el peruano se encontró varado en un país en donde podía ser asesinado tanto por la policía como por los senderistas. Unos y otros tenían motivos de sobra, unos y otros se sentían afrentados por las páginas que él había escrito. A partir de ese momento todo lo que él hace para salvaguardar su vida lo acerca de forma irremediable a la destrucción. Resumiendo: al peruano se le cruzaron los cables. El que antes fuera un entusiasta del Grupo de los Cuatro y de la Revolución Cultural, se transformó en un seguidor de las teorías de madame Blavatsky. Volvió al redil de la Iglesia Católica. Se hizo ferviente seguidor de Juan Pablo II y enemigo acérrimo de la teología de la liberación. La policía, sin embargo, no creyó en esta metamorfosis y su nombre siguió estando en los archivos de gente potencialmente peligrosa. Sus amigos, en cambio, los poetas, los que esperaban algo de él, sí que creyeron en sus palabras y dejaron de hablarle. Incluso, su mujer no tardó en abandonarlo. Pero el peruano perseveró en su locura y se mantuvo en sus trece. En su polo norte final. Por supuesto, no ganaba dinero. Se fue a vivir a casa de su padre, quien lo mantenía. Cuado su padre murió, lo mantuvo su madre. Y por supuesto, no dejó de escribir y de producir libros enormes e irregulares en donde a veces se percibía un humor tembloroso y brillante. En ocasiones llegó a presumir, años después, de que se mantenía casto desde 1985. También: perdió cualquier atisbo de vergüenza, de compostura, de discreción. Se volvió desmesurado (es decir, tratándose de escritores latinoamericanos, más desmesurado de los habitual) en los elogios y perdió completamente el sentido del ridículo en las autoalabanzas. Sin embargo, de ves en cuando, escribía poemas hermosos. Según Arturo, para el peruano los dos más grandes poetas de América eran Whitman y él. Un caso raro (Detectives Salvajes. Anagrama, Madrid, 1998, pp. 496-499).

Fotos: [1] Enrique Verástegui; [2] Roberto Bolaño;[3] Grupo Hora Zero;[4] Grupo Infrarrealista.


viernes, mayo 16, 2008

Leo Zelada: Poeta made in Perú en Madrid


A nuestro entrevistado lo conocí como Rubén Grajeda Fuentes, luego como Leo Zelada y ahora me entero que se llama Braulio Rubén Tupaj Amaru Grajeda Fuentes. Lo conocí a inicios de los años noventa, y desde esa fecha no he podido perderle la pista. Personaje singular de la última década en la poesía peruana, cual José Santos Chocano –sin laureles oficiales- o Abraham Valdelomar sin obra, desde hace unos años ha emprendido una loca carrera literaria hacía quién sabe dónde. A su paso ha ido fundando y re-fundando grupos poéticos, escribiendo panfletos y sobreviviendo de cualquier manera de la literatura. Ahora está en Madrid continuando su “loca carrera”, pero esta vez con mayor éxito que en Lima, de la que se autoexilió cansado de la censura y mala leche de la “mafia literaria” limeña, como confiesa en la entrevista. Desde su cuartel general, un bar en el barrio de Malasaña llamado Bukowski, ha desarrollado una eficaz campaña mediática y literaria, logrando, en poco más de dos años, ser invitado obligado en cualquier recital poético de Lavapies o Fuencarral, panelista en coloquios celebrados en Casa de América y el Círculo de Bellas Artes, invitado en programas de radio y televisión como el Canal Latino y TVE, publicado varios volúmenes de una Antología de Poesía Latinoamericana, un nuevo libro de poemas (La senda del Dragón) y una traducción de poemas en quechua –recopilados por su padre- al castellano, rodearse de un amplio círculo de amigos –la mayoría españoles-, y otras actividades top secret.

La presenta entrevista fue realizada hace unos meses, antes de su apoteósica presentación en el Salón del Libro Iberoamericano celebrado en la ciudad de Gijón -resaltada en varias cadenas de noticias del mundo, según cuelga el autor en su blog-, vía Messenger en un cyber-café de la ciudad de Salamanca, en pleno invierno europeo, en un arranque de “nostalgia provinciana”.



EL HÍGADO PERUANO

CC: Leo Zelada, ¿por qué te fuiste del Perú?

LZ: Me fui porque quería salir del circuito provinciano limeño y quería estar en Madrid, ciudad donde está el centro del mundo literario hispánico.

CC: ¿No estás siendo un tanto duro con tus paisanos?

LZ: No, simplemente es la realidad. La literatura peruana última no me transmite nada.

CC: Cualquiera diría que estás resentido con tu país.

LZ: Amo el Perú. En España he publicado una antología bilingüe quechua- castellano de la cultura incaica Al mostrar la enorme riqueza literaria de la tierra donde nací, estoy siendo respetuoso con mis raíces. Simplemente, detesto la mafia literaria peruana vinculada a unos intereses comerciales acríticos.

CC: ¿Puedes especificar a quiénes te refieres con eso de la "mafia literaria"?

LZ: A los que hacen una literatura que vive de espalda a la realidad social peruana y tocan el tema de la violencia política desde una mirada superficial, como Fernando Ampuero, Iván Thays y Alonso Cueto, por no hablar de ciertos poetas que no transmiten nada y son las vacas sagradas de la poesía peruana.

CC: ¿Puedes dar un argumento más claro de por qué son “mafiosos”?

LZ: Ellos determinan a quienes fichan en las editoriales peruanas, son los que dirigen desde las sombras las críticas literarias en los periódicos y los que reparten los premios. Y los autores jóvenes tienen que ser apadrinados por ellos. Ellos dirigen a Marcel Velásquez, Diego Otero, a Abelardo Oquendo.

CC: Veo que tienes un visión muy pesimista de la literatura peruana actual.

LZ: No le veo ningún futuro. Sólo podrán hacer una obra interesante los que logren salir del país.


ÚLTIMA CENA

Parado en una barra
me paso la tarde
esperando llegue
mi ración de pan y queso

La tristeza brilla en los 12 hombres y mujeres
que habitan este restauran

El bullicio esconde una pena inmensa

Aquí ya es tarde en Madrid
Solitario entre las gentes
inicio el rito cotidiano de mi cena.


EL SUEÑO LATINOAMERICANO

CC: ¿Te consideras un poeta marginado en el Perú?

LZ: Yo no me llamaría marginado, sino más bien censurado.

CC: ¿Por quiénes?

LZ: Por la mafia literaria del Perú.

CC: ¿En Madrid te ha ido mejor?

LZ: En Madrid me ha ido bien, no me puedo quejar. Esta es una ciudad cosmopolita donde los apellidos no interesan.

CC: ¿Qué libros has podido publicar aquí?

LZ: Una traducción de poesía quechua al castellano y un nuevo poemario titulado La senda del dragón.

CC: ¿Y cómo fueron recibidos?

LZ: Pues, en general, la opinión del público y de la crítica literaria me ha sido favorable. Pero lo más importante para mí es que consideran que he alcanzado mi madurez literaria.

CC: ¿Te has adaptado al medio español?

LZ: Pues al principio me fue difícil adaptarme a una cultura tan distinta de la mía como es la europea. Pero luego uno se va integrando, sobre todo cuando tienes tu bar donde vas a tomar una copa con tus amigos, o tu Café donde leer y los parroquianos te saludan como uno más, o en el circuito literario madrileño dejas de ser el escritor latinoamericano que esta de pasada, y te ven como uno del lugar.



ICHMA

mawa llamina kawchiri chanqa
wyañuy wañu chikuypi
hathun tayta pachacamac

p'aqo apasanka
apukuwa wan tiraj chanqa
hiway
¿maypinchay sañu wat'ejqa
wiñay kawsay chikarichipuxta?


[arrojado a la frontera intolerable del suicidio

oh padre Pachacamac

alacrán dorado exiliado entre los dioses

dime:

¿dónde se halla el abismo sacro
de lo eterno y lo perdido?]


UNAS CHIQUITAS CON ZELADA

CC: ¿Cómo definirías tu estilo en estos momentos?

LZ: Pienso que he logrado mayor dominio de mi lenguaje poético. De narrativa cada vez escribo textos más cortos. Algo que une mis cuatro poemarios, más allá de los diferentes temas y géneros que abordan es que todos son poemas muy cortos, como es mi norte estético influenciado por la cultura audio-visual y el minimalismo. En narrativa me explayo un poco más, pero busco básicamente el estremecimiento, la imagen, el ritmo y la concisión. En poesía lo abordo líricamente con ciertos toques coloquiales. Pero en narrativa busco contar una historia de la manera más cercana posible, sin dejar de lado lo lírico. Algo así como novela poética. Y mis cuentos son básicamente microrrelatos.


CC: ¿Vas a volver al Perú?

LZ: Algún día.

CC: ¿Sigues considerándote un escritor maldito?

LZ: Sólo soy un poeta bendecido por el don de la palabra.

CC: ¿Qué pensarías si de aquí a veinte años en el Perú siguieran manteniendo la misma indiferencia ante tus libros?

LZ: Igual le pasó a César Vallejo, Carlos Oquendo de Amat y Manuel Scorza. Esa es mi tradición.

CC: ¿Te consideras tan buen poeta como los que mencionas?

LZ: Obvio.

CC: Sin embargo, en el Perú piensan que el mejor poeta del Grupo Neón, que tú fundaste, es Miguel Ildefonso.

LZ: Por educación no te responderé.


Fotos: [1]; Le0 Zelada en caricatura; [2] Leo Zelada en su piso en Madrid;[3] Leo Zelada junto a un grupo de poetas españoles que fueron jurado en un concurso de poesía;[4] Leo Zelada viviendo la bohemia madrileña.

martes, mayo 13, 2008

Notas para un poeta rabioso


Hace unos años escribí esta nota para la presentación del poemario Las cenizas de Altamira, de Domingo de Ramos, realizado en el bar La Noche, de Barranco. De aquella velada recuerdo muy poco: a Domingo bebiendo como un cosaco mientras escuchaba embelesado a Doris Bayli, la otra presentadora, leer con su voz de musa unos poemas; y a mi mismo, llegando de madrugada a casa, con este manojo de papeles en el saco. Desde aquella noche de febrero del 2000 la nota quedó confinada en mi PC. Por diversos motivos (esperar a escribir un artículo mayor, desencuentros con Domingo, olvidos involuntarios y voluntarios), nunca pudo editarse, tal como más de una vez me insistió su autor. Lo hago ahora un poco por nostalgia –jamás por cuestiones estéticas- de aquellos encuentros en los lugares más inopinados del centro de Lima con este poeta rabioso, el único verdaderamente picaresco de la literatura peruana.

Domingo de Ramos (Ica 1960), es miembro fundador de Kloaka, uno de los grupos poéticos emblemáticos de la década del ochenta. Desde sus primeros poemas publicados en la Antología La última cena y en Arquitectura del Espanto, su primer poemario, De Ramos ha venido revelándonos desde una perspectiva casi confesional un espacio socialmente marginal. En efecto, el carácter testimonial que imprime a sus poemas le permite superar el mero retrato de los personajes que nos presenta. Un ejemplo de esta característica lo constituye el siguiente poema de Arquitectura del Espanto:


Porque nadie ha tomado en serio mi soledad
de animal acorralado por el fuego
mi obstinada permanencia en la vida
alfarero de las horas
del tiempo que pasa
irremediable
sin pena ni gloria en la esquina de mi barrio
con mis amigos y enemigos
con un sol y una luna persiguiéndome
como una maldita joroba
yo te digo
que esta noche me siento alejado de los hombres
diferente inexplicablemente
y tengo ganas de estar solo
como un poste a medianoche
caminando en el silencio
de los arenales suaves
pensativo
encerrado en mis propias imágenes
susurrando una canción
transpirando...

En sus restantes libros Pastor de Perros, Luna Serrada y Ósmosis, De Ramos insistirá en esa perspectiva, expresando el espacio de las barriadas de Lima, sus personajes y sus símbolos. La tesis central que define las estructuras de estos poemarios se refiere al deseo del poeta de narrar su entorno, tal como declaró a la prensa cuando publicó su primer poemario. Ahí habló de poetizar la realidad concreta, de escribir acerca de su realidad, de su pueblo joven. En cierto modo, De Ramos ha sido fiel a ese interés manifestado tempranamente. El universo de las barriadas, de la pobreza, del amor descarnado y el erotismo han sido sus tópicos más recurrentes. Pero, en Las cenizas de Altamira, libro que esta noche nos convoca, se denota un giro interesante en su poesía.

Lo primero que llama la atención es su trabajo sobre las estructuras narrativas. En sus anteriores poemarios era evidente el carácter narrativo de sus textos. Pero en Las cenizas Altamira, a ese elemento se ha agregado una estructura similar al monólogo interior joyciano, donde fluye libremente la conciencia a través de imágenes sobrepuestas.

Otro aspecto son los espacios referenciales. En Las cenizas de Altamira la barriada se ha convertido en un “desierto absoluto”, un espacio donde alusiones míticas, como al Pachacuti y las Huacas, pretenden borrar todo signo referencial directo:

Al principio estuvo el acto
y vino la sed la erupción más indolente Los hombres se arraigaron como un imperio
mirando siempre a oriente hacia un valle mosto donde fueron
deidades el barro las cañas el huso el litio el Apu el hades
la sangre hacinada coníferas de noche el mar la luz turquesa
las branquias de la tierra sulfuraron los rostros caninos de la sombra
y sube las cenizas de insatisfechos padres

Así, este poemario constituye un punto de inflexión en la poesía de Domingo de Ramos porque su espacio referencial, claramente marcado en sus otros poemarios en los signos de la barriada y la marginalidad social, ahora se ha desplazado hacia un espacio intemporal, mítico e inmerso en una serie de referencias culturales distintas. Desde esta perspectiva, Las cenizas de Altamira revela también el carácter utópico que está adoptando su discurso. Una utopía que nos presenta un imaginario intemporal, aluvional, casi jurásico de su referente. De hecho, con este libro De Ramos inserta su poesía en una plataforma discursiva relativamente distinta a la que nos tenía acostumbrados. Las consecuencias de este giro aún son impredecibles. Seguramente sus futuros libros disiparán la incertidumbre.
Fotos: [1] Domingo de Ramos en el Queirolo; [2] Domingo de Ramos con su perro guardián; [3] Domingo de Ramos en algún lugar del mundo.

sábado, mayo 10, 2008

El negocio del surrealismo


Hace unos días estuve en Bilbao. A parte de disfrutar -hasta el hartazgo- de los pinchos vascos en los bares de las Siete Calles, en el casco antiguo de la ciudad, y de largos paseos a orillas del Nervión, pude asistir a la exposición Cosas del Surrealismo, presentada en el Museo Guggenheim. En el tercer nivel de ese enorme museo, cuya arquitectura es ya una obra de arte, vi objetos extravagantes, desmesurados, puro surrealismo, como el Sofá en forma de los labios, de Mae West (1938), y el Teléfono Langosta (Téléphone-Homard, 1938), de Dalí. También la Venus de Milo con cajones (Venus de Milo aux tiroirs, 1936/64) de Salvador Dalí, el sillón Carretilla (Brouette) de Óscar Domínguez (ca. 1937), y la jaula surrealista, que Jean-Michel Frank fabricó para los escaparates de la famosa boutique de alta costura de Elsa Schiaparelli, diseñadora y empresaria que se encargó de hacer de la imaginación surrealista un buen negocio.

Precisamente, mientras paseaba por el salón donde se exponían los vestidos de noche Desgarro (Tear) y el Esqueleto (Skeleton), que la Schiaparelli vendía, no pude evitar recordar a aquel grupo de muchachos iconoclastas que, en mis años de estudiante, fundaron un grupo poético llamado Neosurrealistas. Ellos, en los pasquines que publicaban, en medio de poemas, manifiestos, notas de insulto a profesores y otros estudiantes, escribían en letras grandes que los SURREALISTAS ERAN POBRES, ERAN ANTICAPITALISTAS, ERAN LIBRES. Y siguieron varios meses empapelando las paredes de poemas rabiosos, interrumpiendo conferencias, quemando libros, y repitiendo que los SURREALISTAS ERAN POBRES, ERAN ANTI.... Antes de terminar el año se cansaron y dejaron de hacer ruido. Algunos regresaron a las aulas y fueron alumnos disciplinados, otros se autoexiliaron y nunca más los volví a ver.

Mientras me dirigía a la terraza del Museo, punto final del recorrido, y miraba el rio Nervión, pensé que tal vez los Neosurrealistas decidieron disolverse porque, en una de esas pesquisas interminables por librerías antiguas en busca de revistas y libros sobre los surrealistas, descubrieron que sus ídolos no eran tan tontos como para morirse de hambre defiendiendo la pureza del arte, ni tan necios como para negarse a los cheques que su imaginación al servicio del sistema podía otorgarles. Tal vez entendieron que eran muy humanos, y como tales, les gustaba vivir bien.
A lo mejor esto último los Neosurrealistas nunca llegaron a entenderlo, porque hasta donde sé ninguno de ellos ganó algo de dinero con su desbordada imaginación. Sé que algunos terminaron dando clases en oscuras academias preuniversitarias del centro de Lima, y otros absorbidos en trabajos de poca monta. Incluso, el único que tuvo algo que ver con la moda, no pasó de ser un corta telas y plancha pantalones. Vaya final más realista.
(Fotos: [1]"El Teléfono Langosta", de Salvador Dalí (1938); [2] Decorado para la obra "Romeo y Julieta" en cargado a Max Erns y Joan Miró (1926); [3] Foto de Bernardo del Corral de la exposición)