sábado, mayo 10, 2008

El negocio del surrealismo


Hace unos días estuve en Bilbao. A parte de disfrutar -hasta el hartazgo- de los pinchos vascos en los bares de las Siete Calles, en el casco antiguo de la ciudad, y de largos paseos a orillas del Nervión, pude asistir a la exposición Cosas del Surrealismo, presentada en el Museo Guggenheim. En el tercer nivel de ese enorme museo, cuya arquitectura es ya una obra de arte, vi objetos extravagantes, desmesurados, puro surrealismo, como el Sofá en forma de los labios, de Mae West (1938), y el Teléfono Langosta (Téléphone-Homard, 1938), de Dalí. También la Venus de Milo con cajones (Venus de Milo aux tiroirs, 1936/64) de Salvador Dalí, el sillón Carretilla (Brouette) de Óscar Domínguez (ca. 1937), y la jaula surrealista, que Jean-Michel Frank fabricó para los escaparates de la famosa boutique de alta costura de Elsa Schiaparelli, diseñadora y empresaria que se encargó de hacer de la imaginación surrealista un buen negocio.

Precisamente, mientras paseaba por el salón donde se exponían los vestidos de noche Desgarro (Tear) y el Esqueleto (Skeleton), que la Schiaparelli vendía, no pude evitar recordar a aquel grupo de muchachos iconoclastas que, en mis años de estudiante, fundaron un grupo poético llamado Neosurrealistas. Ellos, en los pasquines que publicaban, en medio de poemas, manifiestos, notas de insulto a profesores y otros estudiantes, escribían en letras grandes que los SURREALISTAS ERAN POBRES, ERAN ANTICAPITALISTAS, ERAN LIBRES. Y siguieron varios meses empapelando las paredes de poemas rabiosos, interrumpiendo conferencias, quemando libros, y repitiendo que los SURREALISTAS ERAN POBRES, ERAN ANTI.... Antes de terminar el año se cansaron y dejaron de hacer ruido. Algunos regresaron a las aulas y fueron alumnos disciplinados, otros se autoexiliaron y nunca más los volví a ver.

Mientras me dirigía a la terraza del Museo, punto final del recorrido, y miraba el rio Nervión, pensé que tal vez los Neosurrealistas decidieron disolverse porque, en una de esas pesquisas interminables por librerías antiguas en busca de revistas y libros sobre los surrealistas, descubrieron que sus ídolos no eran tan tontos como para morirse de hambre defiendiendo la pureza del arte, ni tan necios como para negarse a los cheques que su imaginación al servicio del sistema podía otorgarles. Tal vez entendieron que eran muy humanos, y como tales, les gustaba vivir bien.
A lo mejor esto último los Neosurrealistas nunca llegaron a entenderlo, porque hasta donde sé ninguno de ellos ganó algo de dinero con su desbordada imaginación. Sé que algunos terminaron dando clases en oscuras academias preuniversitarias del centro de Lima, y otros absorbidos en trabajos de poca monta. Incluso, el único que tuvo algo que ver con la moda, no pasó de ser un corta telas y plancha pantalones. Vaya final más realista.
(Fotos: [1]"El Teléfono Langosta", de Salvador Dalí (1938); [2] Decorado para la obra "Romeo y Julieta" en cargado a Max Erns y Joan Miró (1926); [3] Foto de Bernardo del Corral de la exposición)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Conocía a los Neosurrealistas. Un grupo de adolescentes desorientados que entendieron mal la litaratura. ¿No los echaron de san marcos?

Anónimo dijo...

Uno de ellos fundó otro grupo llamado los Patafísicos. Ahi estaban el chato Quiroz, Gladys Flores y Farje Cuchillo, que también era de los Neosurrealista.