Hace unos años escribí esta nota para la presentación del poemario Las cenizas de Altamira, de Domingo de Ramos, realizado en el bar La Noche, de Barranco. De aquella velada recuerdo muy poco: a Domingo bebiendo como un cosaco mientras escuchaba embelesado a Doris Bayli, la otra presentadora, leer con su voz de musa unos poemas; y a mi mismo, llegando de madrugada a casa, con este manojo de papeles en el saco. Desde aquella noche de febrero del 2000 la nota quedó confinada en mi PC. Por diversos motivos (esperar a escribir un artículo mayor, desencuentros con Domingo, olvidos involuntarios y voluntarios), nunca pudo editarse, tal como más de una vez me insistió su autor. Lo hago ahora un poco por nostalgia –jamás por cuestiones estéticas- de aquellos encuentros en los lugares más inopinados del centro de Lima con este poeta rabioso, el único verdaderamente picaresco de la literatura peruana.
Domingo de Ramos (Ica 1960), es miembro fundador de Kloaka, uno de los grupos poéticos emblemáticos de la década del ochenta. Desde sus primeros poemas publicados en la Antología La última cena y en Arquitectura del Espanto, su primer poemario, De Ramos ha venido revelándonos desde una perspectiva casi confesional un espacio socialmente marginal. En efecto, el carácter testimonial que imprime a sus poemas le permite superar el mero retrato de los personajes que nos presenta. Un ejemplo de esta característica lo constituye el siguiente poema de Arquitectura del Espanto:
Porque nadie ha tomado en serio mi soledad
de animal acorralado por el fuego
mi obstinada permanencia en la vida
alfarero de las horas
del tiempo que pasa
irremediable
sin pena ni gloria en la esquina de mi barrio
con mis amigos y enemigos
con un sol y una luna persiguiéndome
como una maldita joroba
yo te digo
que esta noche me siento alejado de los hombres
diferente inexplicablemente
y tengo ganas de estar solo
como un poste a medianoche
caminando en el silencio
de los arenales suaves
pensativo
encerrado en mis propias imágenes
susurrando una canción
de animal acorralado por el fuego
mi obstinada permanencia en la vida
alfarero de las horas
del tiempo que pasa
irremediable
sin pena ni gloria en la esquina de mi barrio
con mis amigos y enemigos
con un sol y una luna persiguiéndome
como una maldita joroba
yo te digo
que esta noche me siento alejado de los hombres
diferente inexplicablemente
y tengo ganas de estar solo
como un poste a medianoche
caminando en el silencio
de los arenales suaves
pensativo
encerrado en mis propias imágenes
susurrando una canción
transpirando...
En sus restantes libros Pastor de Perros, Luna Serrada y Ósmosis, De Ramos insistirá en esa perspectiva, expresando el espacio de las barriadas de Lima, sus personajes y sus símbolos. La tesis central que define las estructuras de estos poemarios se refiere al deseo del poeta de narrar su entorno, tal como declaró a la prensa cuando publicó su primer poemario. Ahí habló de poetizar la realidad concreta, de escribir acerca de su realidad, de su pueblo joven. En cierto modo, De Ramos ha sido fiel a ese interés manifestado tempranamente. El universo de las barriadas, de la pobreza, del amor descarnado y el erotismo han sido sus tópicos más recurrentes. Pero, en Las cenizas de Altamira, libro que esta noche nos convoca, se denota un giro interesante en su poesía.
Lo primero que llama la atención es su trabajo sobre las estructuras narrativas. En sus anteriores poemarios era evidente el carácter narrativo de sus textos. Pero en Las cenizas Altamira, a ese elemento se ha agregado una estructura similar al monólogo interior joyciano, donde fluye libremente la conciencia a través de imágenes sobrepuestas.
Otro aspecto son los espacios referenciales. En Las cenizas de Altamira la barriada se ha convertido en un “desierto absoluto”, un espacio donde alusiones míticas, como al Pachacuti y las Huacas, pretenden borrar todo signo referencial directo:
Al principio estuvo el acto
y vino la sed la erupción más indolente Los hombres se arraigaron como un imperio
mirando siempre a oriente hacia un valle mosto donde fueron
deidades el barro las cañas el huso el litio el Apu el hades
la sangre hacinada coníferas de noche el mar la luz turquesa
las branquias de la tierra sulfuraron los rostros caninos de la sombra
y sube las cenizas de insatisfechos padres
Así, este poemario constituye un punto de inflexión en la poesía de Domingo de Ramos porque su espacio referencial, claramente marcado en sus otros poemarios en los signos de la barriada y la marginalidad social, ahora se ha desplazado hacia un espacio intemporal, mítico e inmerso en una serie de referencias culturales distintas. Desde esta perspectiva, Las cenizas de Altamira revela también el carácter utópico que está adoptando su discurso. Una utopía que nos presenta un imaginario intemporal, aluvional, casi jurásico de su referente. De hecho, con este libro De Ramos inserta su poesía en una plataforma discursiva relativamente distinta a la que nos tenía acostumbrados. Las consecuencias de este giro aún son impredecibles. Seguramente sus futuros libros disiparán la incertidumbre.
Lo primero que llama la atención es su trabajo sobre las estructuras narrativas. En sus anteriores poemarios era evidente el carácter narrativo de sus textos. Pero en Las cenizas Altamira, a ese elemento se ha agregado una estructura similar al monólogo interior joyciano, donde fluye libremente la conciencia a través de imágenes sobrepuestas.
Otro aspecto son los espacios referenciales. En Las cenizas de Altamira la barriada se ha convertido en un “desierto absoluto”, un espacio donde alusiones míticas, como al Pachacuti y las Huacas, pretenden borrar todo signo referencial directo:
Al principio estuvo el acto
y vino la sed la erupción más indolente Los hombres se arraigaron como un imperio
mirando siempre a oriente hacia un valle mosto donde fueron
deidades el barro las cañas el huso el litio el Apu el hades
la sangre hacinada coníferas de noche el mar la luz turquesa
las branquias de la tierra sulfuraron los rostros caninos de la sombra
y sube las cenizas de insatisfechos padres
Así, este poemario constituye un punto de inflexión en la poesía de Domingo de Ramos porque su espacio referencial, claramente marcado en sus otros poemarios en los signos de la barriada y la marginalidad social, ahora se ha desplazado hacia un espacio intemporal, mítico e inmerso en una serie de referencias culturales distintas. Desde esta perspectiva, Las cenizas de Altamira revela también el carácter utópico que está adoptando su discurso. Una utopía que nos presenta un imaginario intemporal, aluvional, casi jurásico de su referente. De hecho, con este libro De Ramos inserta su poesía en una plataforma discursiva relativamente distinta a la que nos tenía acostumbrados. Las consecuencias de este giro aún son impredecibles. Seguramente sus futuros libros disiparán la incertidumbre.
Fotos: [1] Domingo de Ramos en el Queirolo; [2] Domingo de Ramos con su perro guardián; [3] Domingo de Ramos en algún lugar del mundo.
4 comentarios:
Bueno foto del "javancho", Carlos. Le mandaré un reply.
saludos, desde Quilca
buena carlos pero hay cosas muy ocuras en su poesia como en su vida Me parece que por alli encuentro una relación entre su poesía y su exagerada vida.DV
Hola D. V.:
Como muchos de sus generación, la poesía de Domingo no puede eludir la autobiografía, tal es el caso de Roger Santivañez y otros. De ahi proviene su vitalismo y rasgos picarescos. Ahora, lo que yo veo es que en el poemario reseñado Domingo trata de salir de ese discurso y orientarse a espacios más colectivos, sobre todo a través del mito.
Creo que aun la critica no lo ve en su verdadera dimensión a este poeta urbano No ve la cholificación de su discurso -un discurso muy actual por cierto-Acaso postmoderno de la sociedad? Todavia en sectores conservadores hay muchas reticencias y mezquindades como lo hubo en su tiempo con Vallejo.Ese es un estigma que este poeta carga en nuestro país.cv
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