Hace un par de meses acepté la invitación de Editorial Irreverentes a participar en esta peculiar selección de relatos sobre rock and roll. Presenté un breve relato dedicado a Bob Dylan, leyenda viva del tipo de rock con el cual sobreviví mis años universitarios en los duros años noventa en Lima. El relato es una versión revisada de un texto que aparece en mi novela Las puerta (Lima, 2002), donde también incluí otro sobre Jim Morrison, el rey lagarto del rock. Bajo la nota de los editores, posteo el relato y una foto mía de esa época, tomada en uno de los cafés de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima.
"Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir" es el título de la canción más conocida de Jethro Tull y el de este libro que reúne relatos en homenaje a una música que cambió la forma de vivir de muchísimos adolescentes a partir de la década de los 60 del S.XX.
En esta antología de relatos nos encontramos con las canciones que nos hicieron soñar de Asfalto, Serge Gainsbourg, Trust, Barón Rojo, Pink Floyd, Bob Dylan, Elvis, U2, Frank Zappa, Héroes del Silencio, Mark Knopfler, y con estilos como el reggae, el rocanrol guitarrero y liviano de los escenarios provisionales de la España de los 70 o los sonidos más góticos y obscuros de actualidad; con los enfrentamientos generacionales entre padres e hijos con distintos gustos y formas de ver la vida, con las salas en las que comenzamos a escuchar música en la adolescencia y que siguen siendo nuestros escondrijos treinta o cuarenta años después. También hay quien medita sobre la pérdida de aquellos años y aquellos ritmos y cómo el espíritu queda vacío y no hay más ganas de vivir. El rock es parte de nuestras vidas y tras sus acordes cabe todo, también la nostalgia.
Y participan tres músicos con sus propuestas aberrantes. César Strawberry, líder de Def Con Dos, medita sobre el poder del reggae y las rastas como afrodisíaco; el cantautor y prestigioso compositor Joaquín Lera nos conduce en un viaje alucinógeno de más de dos décadas a través del rock que hemos vivido y que nos ha hecho gozar, y cierra el libro el cantante de Siniestro Total, Julián Hernández, que nos aconseja que no empecemos a chuparnos las pollas todavía. Rock radical, conceptual, espiritual, festivo y agresivo, sin respeto por todo lo respetable, llena las páginas de este libro que nace con la finalidad de invitarte a leer un relato mientras cambian los instrumentos en cualquier macroconcierto, o en la tranquilidad de la noche, cuandorecuerdas aquellos tiempos en que fuiste un hijo del rock and roll.
Autores:
Miguel Ángel de Rus, Julio Fernández Peláez, Carlos García Miranda, César Strawberry, Violeta Sáez, Carlos Ortiz de Zárate, Carolina Sánchez Molero, José G. Cordonié, Eva María Cabellos, Josebe Iturrate, Paloma Hidalgo Díez, Leopoldo F. Espínola, Cristina Ruberte-París, Joaquin Lera, Tomás Pérez Sánchez, Andrés Fornell, Julián Hernández.
ENCUENTRO CON BOB DYLAN
BOB ESTABA AL OTRO LADO DEL BAR TOCANDO SU PANDERETA. De lejos se veían las luces sobre su frondosa cabellera judía. Estaba deseoso de llegar hasta él y decirle que tenía toda su discografía. Pero esas muchachas pintadas de azul impedían cualquier aproximación. Desistí de intentar llegar hasta él. Fui al fondo del bar y pedí una cerveza. Bebí rápido. Alguien se sentó a mi lado.
-¿Tienes cigarrillos?, balbuceó.
- No amigo, yo sólo fumo cuando me invitan, dije.
El tipo sonrió y se largó. Al rato apareció otro. Dijo que era poeta y que además era mi amigo.
-¡No tengo amigos poetas, sólo tengo amigos!, grité.
El tipo, un negro flaco y desgarbado, me miró con sus enormes ojos de sapo, balbuceó algo, creo que un verso, y también se largó. En verdad yo estaba con bronca. Me reventaba no estar al lado de Bob. Me sabía todas sus canciones. No era justo, yo debería estar ahí y no esas ladillas azules. Seguí bebiendo mientras todo se tornaba agitado y violento. ¡Mierdas, ustedes no saben nada de Bob!, volví a gritar desde mi rincón. ¡Malditas putas, lárguense y déjenme solo con Bob!, insistí. Pero nadie me hizo caso. No importa, balbuceé, ya nos encontraremos, viejo tamborilero, y esta vez no habrá ni luces naranjas ni muchachas azules entre nosotros. Así seguí en esa noche soleada, hasta que Bob apareció delante de mí.
-¡Hey tú, muchacho! –gritó. ¡Soy Bob!
-¿Bob? ¡Diablos! Yo te conozco –dije-, tengo toda tu discografía, un amigo me inició en tu música.
-¿Ah, sí? Bueno, muchacho, yo sólo vine a decirte que dejes de gritar, que estás cagando la función. ¿Vas a dejar de gritar, amigo?
-Claro, no faltaba más.
-¡Qué buen muchacho!
-Así dicen, pero es porque no conocen mis zonas oscuras.
-No digas, es difícil de creer.
-Sí, hice algunas cosas feas hace un tiempo de las cuales no quiero hablar.
-Bien, sea como quieras, pero sólo recuerda que siempre habrá una canción mía en tu corazón.
-Sí. Eso lo sé desde que escribí un poema escuchando Mr. Tambourine Man.
-Ah, lo hiciste.
-Sí.
-Fenomenal chico. Pienso que de eso se trata todo este asunto.
-Oye Bob, ¿no te cansas de tocar para esas estúpidas muchachas azules?
- ¿Y qué quieres amigo? Es el sistema, ¿no? Además, yo soy judío y estoy acostumbrado a esto.
En ese instante, Bob me mostró su larga cara pecosa. Era Bob, no había duda. Luego se marchó a seguir tocando. Y yo seguí bebiendo. Ya no sólo por todas esas cosas que me pasan, sino también por Bob, que tampoco puede hacer nada contra el sistema. Casi al amanecer levanté la vista y vi que Bob seguía en su rincón dándole a la pandereta. Las chicas azules se habían largado. Sólo algunos tipos estaban tirados en el suelo ebrios hasta el culo. Me acerqué a Bob. Su figura delgada dibujaba una débil sombra en la pared. ¡Hey, Bob, soy yo! No respondió. Seguía tocando su pandereta. Cuando estuve a un par de metros volví a llamarlo, pero igual no respondió. Luego supe el motivo. El pobre Bob estaba encadenado a su micrófono. Su pálido rostro se deshacía de cansancio. ¿Es el sistema? Él levantó débilmente la mirada. Inmediatamente entendí que era todo lo que había que ver. En la calle sentí náuseas, quise golpear a mucha gente, pero me contuve, y traté de olvidar todo esto lo más rápido posible. Hasta ahora sigo intentando olvidar para siempre esa cara de judío pecoso tocando su pandereta, pero es difícil, muy difícil, sobre todo cuando de algún lugar me viene los acordes de Blowin` in the wind.
De la novela Las puertas (Lima, 2002)
Carlos García Miranda. Foto tomada por Manuel Huapaya en un café
del campus universitario de la UNMSM (Lima) en 1990.